Encontrar tiempo para escribir cuando vives (cinco personas incluidos 3 niños) 24 horas al día en un barco es un poco complicado.
Suelo escribir por la noche, cuando la paz y el silencio me permiten reorganizar mis ideas.
Empecé este post el 6 de noviembre y lo terminé el 10 de diciembre. No he conseguido publicarlo hasta hoy, 20 de diciembre
Quiero hablar de nuestro primer mes de navegación, aunque ahora ya estamos en el segundo y afortunadamente las cosas van un poco mejor.
Si cierro los ojos y pienso en la palabra "barco" pienso inmediatamente en el verano, el calor, las inmersiones, los bañadores tendidos, buscar la sombra del sol abrasador, los ojos de buey abiertos y la brisa que trae el olor del mar. La taza de café en proa al salir el sol, o el aperitivo en popa al ponerse el sol.
Hay que resetear por un momento esta visión poética, porque el barco en invierno es otra historia.
No digo que sea malo, pero cuando esta experiencia no termina en un fin de semana invernal, sino que se ha convertido en tu vida, entonces es una cosa muy diferente. Sobre todo cuando en tus planes estaba ¡perseguir el calor!
En primer lugar, ¡el espacio se reduce!
La vida en verano es principalmente al aire libre, pero la vida en invierno es casi exclusivamente bajo cubierta, salvo algunas horas de calor en las que puedes arriesgarte a salir a cubierta en camiseta, siempre que el fresco viento de noviembre no te tire por la borda.
Vivir bajo cubierta no está mal, el barco es acogedor y tiene calefacción... pero somos 5, tres de los cuales son niños, lo que significa: lío, siempre, en todas partes. Y si el desorden me molestó en casa la situación sólo puede empeorar en 35 metros cuadrados.
En cuanto sacas un libro y un boli ya es un lío. Vivimos en tres zonas diferentes, a pesar de que tenemos cinco: la cabaña de los niños, donde ellos son los únicos que se quedan porque en realidad es un lóculo de 2x2 m y un metro de altura en la mejor parte, luego está nuestra cabaña, que siempre es el anillo de los tres hermanos, y el comedor (sala de estar), donde vivimos las 24 horas del día. En estas tres zonas hacemos nuestra vida, además de los dos cuartos de baño, uno utilizado como sala de evacuación fisiológica y otro que sólo se usa para lavarse.
Dicho esto, es fácil imaginar cómo la estabilidad mental es particularmente frágil.
Había planeado que me catapultaran a un barco en invierno, pero no me lo tomé demasiado en serio. Pensaba que podríamos ahuyentar el calor, darnos un baño de vez en cuando, pero la realidad es otra. A las 3 de la tarde empieza a refrescar un poco, sube la humedad y es hora de "apagarlo todo", porque si no la humedad se apodera de todo, desde nuestra ropa hasta las sábanas, que a menudo están húmedas cuando nos vamos a dormir por la noche, y luego, a las 5 de la tarde, se pone el sol y se acaba el día.
En verano, en cuanto subimos al barco, siempre necesitamos unos días para instalarnos. Además de adaptarnos al espacio, hay todo un aspecto de uso inteligente de los recursos que requiere un poco de puesta a punto, pero en invierno la adaptación parece no acabar nunca.
La ducha (afortunadamente, a partir de este año, es caliente) tiene que ser muy rápida, los platos hay que fregarlos a la velocidad de la luz para no malgastar agua, y luego, en cuanto arranca el motor, haces el sprint para recargar el portátil antes de que llegue otro.
La cocina siempre hay que limpiarla y ordenarla porque al ser pequeña, con dos ollas y 5 platos, ya parece una cocina de autoservicio. Te pasas el día buscando cosas que te preguntas dónde van como si estuvieras en un palacio... Parece una tontería, pero estas cosas cogen costumbre, requieren adaptación, llevan tiempo y paciencia.
Si a eso le sumamos el frío, que no estamos de vacaciones, que tenemos tres hijos y un homeschooling que organizar, un barco con trabajo que hacer, navegación de la que ocuparnos, una pandemia que se interpone en nuestro camino.... No todo es tan fácil como te imaginas, los días pasan a tirones, como un engranaje oxidado, te preguntas dónde vas mal, qué es lo que no funciona. Me creía la reina de la organización y ahora mismo no soy capaz ni de hacer un plato de pasta. Siento que algo no fluye, siento que los días no toman la forma que me gustaría, y mientras tanto el tiempo vuela, como siempre. El espíritu de adaptación me pone ahora a prueba.
Hay tres cosas que nos están frenando por el momento: La educación en casa, la lavadora y la pandemia de Covid.
Empecemos por la más frívola, pero no demasiado: la lavadora.
En verano vives en bañador, de vez en cuando lavas los calzoncillos cuando ya no te quedan, o una camiseta... pero en invierno vas vestido como en casa y te ensucias igual que en casa... multiplicado por 5. Y si te has traído dos sudaderas porque 'vamos a un sitio calentito para no llevar cosas muy pesadas', en realidad tienes que lavarlas a menudo y si las lavas en el barco y las cuelgas fuera cuando las llevas de vuelta, se han ensuciado y están pegajosas de sal, el resultado es peor que las manchas de tomate.
¡El resultado es que mis hijos siempre tienen la ropa manchada!
Covid nos da miedo, no tanto por la posibilidad de contagiarnos, somos super cuidadosos y no tenemos contacto con nadie salvo para hacer la compra, sino porque las restricciones de España y los estados caribeños y el riesgo de quedarte atrapado en un barco sin ni siquiera poder bajar a la playa son muchas.
La escuela merece un post aparte porque hay mucho que contar. Nuestro plan de organización con el programa diario (hecho en junio) casi nunca se cumple porque siempre hay muchos problemas, desde el ordenador que lo necesita uno u otro, la impresora que a lo mejor no se puede encender porque no hay suficiente corriente, así que tienes que posponer el trabajo que tenías pensado para el día siguiente. Timo (nuestro hijo pequeño) que también quiere atención y por lo tanto o le hipnotizas con dibujos animados o uno de los dos profesores (yo o Stefano) tiene que dedicarse a él. Luego están los días de navegación en los que no puedes escribir porque el mar está agitado y leer te pone enfermo y sobre todo los niños no quieren hacer nada, porque en su cabeza está la palabra "barco" ¡¡¡así que vacaciones!!!
Este primer mes fue difícil, no dramático, pero fue una buena prueba. Afortunadamente, para compensar los inconvenientes está esa cosa loca, imponente y maravillosa que te espera cuando miras por un ojo de buey: el mar.
Estar envuelto por el azul de abajo y de arriba da una loca sensación de libertad y ahí es donde me encuentro cuando la vida bajo cubierta me asfixia.
Esperemos que las próximas semanas den paz a este asentamiento que parece no acabar nunca, intentemos llegar cuanto antes al calor, descongelando el cerebro tendré la claridad adecuada para ver las cosas desde otro aspecto.
Desgraciadamente, la etapa en Baleares se está alargando demasiado porque el tiempo no está de nuestra parte
Pero tenemos confianza. ¡Permanezcan atentos!
Sara Rossini, Vela Shibumi.